domingo, febrero 04, 2007

Anticuarios porteños


El mapa del anticuariado porteño es extenso en geografía y variado en estilos. Los negocios clásicos y con mayor trayectoria estuvieron históricamente en la zona denominada “del centro”, esto es en los barrios de Retiro, Recoleta y Barrio Norte. Son los locales anteriores al inicio del furor de la actividad ligada al turismo a principios de los años 80. “En el centro trabajaban con el público interno incluso antes del nacimiento de la Feria de Plaza Dorrego”, dice Juan Carlos Maugeri desde su local repleto de arañas ubicado en el extremo sur de la ciudad.

Además de ser el propietario de Arte Antica, Maugeri es el Presidente de la Asociación Anticuarios y Amigos de San Telmo. “En esa época el turismo era casi nulo”, recuerda. En el norte, más allá de los límites formales de Capital Federal, hay un tercer polo concentrado en la localidad de Acassuso, con una media docena de anticuarios, y en menor medida en Martínez, Olivos y San Isidro.

A su vez, en cada una de las 3 zonas hay una calle que concentra buen número de negocios y genera un microclima. En el norte un tramo de Avenida del Libertador al 15.300; en el centro ese codo afrancesado que hace la calle Arrollo entre Carlos Pellegrini y Esmeralda; y en el sur la calle Defensa desde el Parque Lezama hasta Avenida Belgrano. “Pero en ningún lado se da la masividad que tenemos en San Telmo”, cuenta Maugeri.

Mientras en el centro hay que tocar el timbre y esperar a ser atendido mientras en la vidriera descansan los objetos bien expuestos, en el sur se vive un clima de feria popular, nadie quiere irse con las manos vacías. “Con el turismo, en el sur surgieron temáticas más dirigidas al comprador externo –continúa Maugeri-, cosas más barrocas, en cambio el gusto argentino siempre fue el mueble inglés u holandés, más sobrio y despojado, más tranquilo”.

Testigos de la historia

Los dicho hasta ahora son sólo pinceladas, en San Telmo también hay locales elegantes orientados al mueble de época, pero lo cierto es que en gran parte de los 350 puntos de venta registrados por la Asociación, o en los 270 puestos que se suman cada domingo de feria, el concepto de antigüedad se desdibuja hasta incluir cualquier objeto que parezca de otro tiempo. Frente al cosmopolitismo sureño el centro adscribe a un purismo más estricto, diferencia meticulosamente los conceptos de antigüedad, que refiere a un objeto que tiene 100 años o más, del “de época”, utilizado para nombrar una pieza que es hija de su propio tiempo. “Una cómoda Luis XV hecha en el XIX es antigua –explica Alberto De Caro, de Circe-. Para ser de época tiene que haber sido concebida en el siglo XVIII bajo la vigencia del estilo Luis XV”.

Circe está sobre Libertad al 1300, su enfoque son muebles de los movimientos estilísticos del XVIII y XIX, con especial acento hacia el norte y centro de Europa. Además buscan jerarquizar la madera y la arquitectura del objeto. “Que puedan convivir con cosas contemporáneas”, explica De Caro. Junto a su socio Enrique Rodríguez Hidalgo cree que poco a poco la gente comprende que el arte y las antigüedades son una buena inversión a largo plazo, sobre todo a partir de la crisis de 2001, que según ellos dejó en evidencia el escaso valor de los papeles. “Más allá del gusto de disfrutarlas en su casa, la gente descubre que las antigüedades sostienen o incrementan su valor, siempre y cuando el objeto sea original”.

Visto así, las piezas tienen un valor estético o decorativo y otro, más profundo, que le da el hecho se ser un testigo histórico y que marca frente a la copia una diferencia sólo visible a los ojos del conocedor.

En Della Signoría, sobre calle Arroyo, los socios Jorge Cifré y Patricio Ferrari Walker consideran que la base del anticuario es un conocimiento consolidado durante muchos años. “Ver, ver y ver”, exclama Cifré. Para seleccionar las adquisiciones ante todo debe gustarles el objeto. “Recién después nos fijamos en la veracidad de lo que estamos viendo, si es de época o no. Hoy pretender que todo sea de época en Argentina es muy difícil”, admite.

Para De Caro toda adquisición se rige también por el acuerdo inicial con su socio. “Este negocio es personalísimo, más para comprar que para vender –comenta Maugeri-, el anticuario jamás podría delegar la compra”. En todos los casos la ciudad de Buenos Aires es la fuente casi excluyente de piezas o “lotes”, como técnicamente las llama el ambiente.

En cuanto a la demanda, Della Signoría sintió el impacto del público extranjero recién a partir de 2005. “En el 2002 hubo una gran purificación de anticuarios porque ese primer turismo no era comprador. El que viene a conocer el país porque está barato no se va con la cómoda abajo del brazo, viaja a probar la carne, a tomar vino y a comprar ropa. Aunque el que viene a comprar antigüedades es otro público, muchos creen que están baratas como la carne y se llevan una sorpresa. A nivel internacional Argentina tiene un techo en sus valores. Acá es muy barato lo muy bueno, y es caro lo medio. Nadie está dispuesto a pagar 300 mil dólares por una cómodo, aunque sea un mueble firmado de época”.

Por su lado Cifré pone pocas esperanzas en el interés de los jóvenes argentinos por las antigüedades, cree que sus prioridades hoy son otras, “la gente recibe menos en sus casas”, dice. En cambio De Caro apuesta unas fichas a ese tipo de público. “Hay una corriente nueva que entiende la antigüedad como inversión, empresarios y matrimonios jóvenes que empiezan con pequeñas cosas. Se da cuando entienden que ir más allá de lo estético es apasionante, porque el anticuario les pasa un pedacito de historia y es su responsabilidad mantenerla viva”.

Mientras De Caro confirma que la repercusión de la devaluación cambiaria y el turismo en su local fueron mínimos, en San Telmo insisten: los jóvenes y los turistas son el motor que hace funcionar gran parte del negocio. Maugeri recuerda que antes de la llegada de los extranjeros, a mediados de los 70, en la zona sur había sólo 14 anticuarios. “El crecimiento geométrico se dio con la última devaluación, las convertibilidad nos dejaba muy afuera del mercado internacional, éramos demasiado caros”.

El otro gran cambio del negocio fue la diversificación. “Cuando empecé las arañas con plafón central de alabastro se descartaban por su oscuridad y porque se las relacionaba con los abuelazgos –dice Maugeri-, pero avanzados los 80 el alabastro volvió a ser auge. Los coleccionables que ahora están de moda surgieron con fuerza en los últimos 18 años. Durante una época los brasileros llevaban metales plateados, juegos de té, de cubiertos, jarras, palanganas, cosas doradas, un tipo de mercadería que hoy se trabaja mucho menos”.

La unión hace a la fuerza

La Asociación de Anticuarios y Amigos de San Telmo se fundó en marzo del 2000. “Esperamos 30 años para juntarnos”, bromea Maugeri. Poco a poco la organización logró integrar a otros sectores como las tanguerías, las artesanías y la restauración de objetos. Hoy tiene registradas 80 especialidades y lleva adelante una serie de actividades para promocionar y difundir el sector. En colaboración con la consultora Pichón Riviere y Días Bobillo organiza la exposición internacional de arte y antigüedades Anticuaria, que en noviembre del año pasado cumplió su secta edición. Además, imprime una guía anual para que los socios entreguen a sus clientes, en la que incluyen detalles del perfil de cada uno.

Otro activo polo que busca dar a conocer el mundo de las antigüedades es la Asociación Amigos del Museo Nacional de Arte Decorativo, que tomó la posta en la organización de la Feria de Anticuarios que históricamente organizó la Asociación de Amigos del Museo de Bellas Artes en el Hotel Alvear de Buenos Aires. La edición 2005 de esta otra feria se hizo durante el mes de setiembre en el Palais de Glace y la próxima está proyectada para el 2007. Una de sus características es que sólo participan aquellos anticuarios invitados por un comité de expertos designado por la Asociación. De esta forma, en los últimos años la actividad se nutrió de dos eventos anuales de importancia internacional.

Si bien para todo anticuario las ferias y exposiciones implican un esfuerzo logístico importante, existe amplia coincidencia sobre sus beneficios. “Son representativas de nuestro tiempo –dice Alberto De Caro-, muy útiles para el público porque es difícil que alguien pueda ver 40 o 50 anticuarios en un solo día”.

Otro de los servicios de estas organizaciones es agilizar el acceso de sus socios a Internet, una herramienta que en la última época cambió profundamente el trabajo de los anticuarios. Por un lado, el acceso a información para estar actualizado o hacer interconsultas ante alguna duda: “estás conectado con el mundo –dice De Caro-, podés entrar a la colección del Louvre en menos de cinco minutos”. Y por otro, como plataforma comercial. “Lo llamamos la vidriera virtual –dice Maugeri-. Difícilmente se realice una venta porque las antigüedades hay que verlas, pero cada vez más las personas hacen la búsqueda y la preseleccción on-line y después visitan los negocios puntualmente”.

La gente de San Telmo implementó una página con mini sitios internos que permite a los socios colocar fotos y descripciones bilingües de sus productos. “Estamos primeros en Google”, dice Maugeri con orgullo. Lograr que justamente los anticuarios se animen a tomar las riendas de una computadora no fue fácil, pero algunos ya se compraron una cámara digital. “Sé que fotografiar una lámpara no es fácil –dice-, pero los más exquisitos contratarán un fotógrafo”.

Entre los anticuarios hay un sentimiento común, ajeno a las diferencias entre los barrios y los estilos, que es el de la pasión por entender el misterio de los objetos, la expectativa de algún día encontrar un lote maravilloso en un desván y el ambiguo sentimiento de vacío y felicidad que sienten cuando venden una pieza que recaló varios meses en el local. Lo dicen todos: el oficio requiere sensibilidad y conocimiento.

“Algunos creen que los objetos tienen una dosis de vida propia y tienden a quedarse o a irse de local”, dice Maugeri. “A veces los negocios son tan lentos que te dan tiempo a encariñarte –explica De Caro-. Cuando uno selecciona con cuidado lo que admite en su colección deposita mucho en cada pieza, a la que quizá persiguió durante dos o tres años. Al mismo tiempo nos gusta saber que el comprador la va a cuidar y a ent0ender”. Jorge Cifré se define a si mismo como un coleccionista pobre. “Si fuéramos ricos no seríamos anticuarios, seríamos coleccionistas, precisamente porque no tenemos los medios para tener todo esto en casa. El peor error de un anticuario es creerse su propio cliente”.
Nicolás Falcioni.

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