sábado, junio 02, 2007

Claudio Marangoni: el pedagogo del fútbol


Las últimas luces de un hermoso día de mayo caen sobre el parque General Las Heras, corazón del Barrio Norte porteño. La silueta rectangular de los edificios y sus viejas y destartaladas antenas de televisión son imágenes de dibujo animado, recortadas contra el naranja encendido del atardecer. Allá abajo los transeúntes atraviesan el silencioso parque, o tal vez se sientan en el pasto a tomar unos mates. Acá arriba, sin embargo, a la altura de la calle French, el barullo es ensordecedor. Varios cientos de chicos de entre 3 y 5 años gritan y corren tras una pelota de tamaño reducido en la cede central de la Escuela de Fútbol de Claudio Marangoni.

Las minúsculas canchas de fútbol, con sus arcos de tamaño proporcional, fueron instaladas a lo ancho en antiguas canchas de tenis. Como Claudio aún no llegó, tenemos tiempo de acercarnos a ver los últimos minutos del entrenamiento. De éste lado del alambrado un grupo de padres y abuelas que esperan la salida de los chicos no pueden evitar la emoción. “¡¡Bieeenn Tomás, así se haceeee”, alienta una señora de peinado batido y zapatos marrones, como si estuviera en la popular de la Bombonera. Más allá un hombre de impecable traje asiente y afirma el puño, feliz, después del certero patadón y gol de uno de los chicos. El clima es de gran expectativa. Con inevitable malicia se me ocurre que para más de uno de los padres el pago de la cuota es una inversión a futuro. Otra que mi hijo el doctor, mi hijo el campeón.

Con su invitación a pasar a las canchas, Marangoni sugiere que la entrevista se hará on the route, mientras él aprovecha para fiscalizar de cerca el trabajo de los profesores de gimnasia vestidos de joggings azul oscuro, con el logo de la escuela (el nombre “Claudio Marangoni” en letras cursivas) bordado en el pecho. “Vos preguntá lo que quieras”, dice amablemente, sin dejar de caminar. Ese tipo de dinamismo parece usual aquí, los profesores moldean la rebeldía natural de los chicos con juegos. “Ahora hacemos un trencito, chuu! chuu!”, dice uno de ellos, y mágicamente logra que los minúsculos futbolistas formen fila. Marangoni nació en Rosario, pero en el 66 su familia ya se había mudado a Martínez, Zona Norte. Tenía 11 años. “Esa vez el partido decisivo fue contra Inglaterra –dice-. Nosotros lo seguíamos por la radio en la voz de José María Muñoz. No fue muy feliz, la verdad, perdimos en cuartos de final pero el sólo hecho de escucharlo a Muñoz era un placer”. En el Mundial del 70 Marangoni todavía no era jugador profesional. “También fue triste porque ni siquiera jugamos, nos había eliminado Perú”, cuenta. Así descubre la magia del fútbol brasilero y de Pelé. Más tarde durante la entrevista confesaría: “siento una gran admiración por los brasileros, tienen una concepción exquisita, por supuesto que soy hincha argentino pero... sinceramente, creo que son los mejores del mundo”.

También en Alemania, en el 74 nos descalifica Holanda. En el 78 Claudio ya jugaba en primera y había tenido un breve paso por la Selección. “Lo festejé como un hincha más por las calles de Buenos Aires”, dijo. En la época en que todavía jugaba, una de sus cábalas era entrar siempre a la cancha con el pie derecho y la otra, mientras podía, limpiarse las manos con alcohol, pero ahora como hincha no tiene una en particular. Sólo cree en el buen fútbol. Paradójicamente, Marangoni nunca fue a ver personalmente un Mundial (salvo el del 78). “Este de Alemania va a ser el primero al que voy, como hincha y además por trabajo, organizamos unos eventos con una empresa. Pero, la verdad, siempre me gustó verlo por televisión, ves todos los partidos y podés sacar otras conclusiones”. El hombre prefiere la intimidad de la tele de varias pulgadas en el hogar, al clima de hinchada del café. “No me gusta la mucha gente, le escapo, de hecho hace mucho que no voy a la cancha en Argentina”.

Como entrevistado, Claudio es más desenvuelto que el estereotipo de los jugadores de fútbol, y al mismo tiempo menos acartonado que los hombres de negocios, grupo que integra con orgullo y mucho éxito además. La “Escuela Modelo de Fútbol y Deportes” que fundó en 1984 creció hasta tener, además de la sede central, la del Club Modelo en San Isidro, la de Paraná, la de Santa Fé y la Tucumán, además de ofrecer servicios a colegios como el St. Philips, el Moorlands, el Pestalozzi, el Dailan Kifki, el Andersen, el St. Marys of the Hills y varios otros. ¿Cómo empezó todo? “Unos amigos querían mandar a sus hijos a aprender fútbol, y me di cuenta que algo así no existía. Empecé y creció, siempre tratando de mantener la mística”. Su empresa es mostrada como caso de éxito en escuelas de negocios como la UADE (Universidad Argentina de Empresa) y él mismo como el paradigma del emprendedor que construyó un negocio saludable sin otro capital que su imagen como jugador.

Puestos a hablar de las experiencias gastronómicas vividas durantes sus viajes como jugador del Club Atlético Chacarita Juniors (1974-76), San Lorenzo de Almagro (76-79), Sunderlan (Inglaterra 79-80), Club Atlético Huracán (81), Club Atlético Independiente (82-87) y Boca Juniors (89-90), Marangoni no duda: su corazón está en Italia. “Reconozco que en esto mi madre tuvo mucho que ver, ella era del sur”. De España, por el contrario, donde estuvo varias veces, no tiene grandes recuerdos. “Aunque debo confesar que al pescado lo hacen muy bien, tienen muy buena calidad de producto”. En Buenos Aires, desde que lo descubrió, se hizo fanático del sushi. “Acá lo hacen bastante suave –dice-, aggiornado al gusto argentino. Probé en otros lugares como Estados Unidos, donde es mucho más fuerte”.

“Aguantá un minuto, -dice de pronto-, tengo que hacer la entrega de los chicos”. A esa altura el resto de los profes habían formado a las criaturas en varias colas, y los iban entregando uno a uno, tras la mención de sus nombres, a los padres, también ellos en fila, como en espejo, pero del otro lado del alambrado de tejido romboidal. Marangoni le da importancia al hecho de estar ahí personalmente, lo ve como algo importante para la continuidad del negocio. Responde las consultas llenas de ansiedad de algunos padres, saluda cariñosamente a alguno de los chicos que reconoce. Cuando la entrega termina, vuelve.

Seguimos parados en medio de las minicanchas, ahora en silencio, mientras el fotógrafo aprovecha para hacer unas tomas. Cuenta que cuando jugaba en Huracán una vez fueron a un amistoso a Portugal. Así fue como entró por primera vez a una bodega. “Fue cerca de Porto. Anduvimos de bodega en bodega probando vinos y queso. Después pensamos que los organizadores lo habían hecho a propósito para desconcentrarnos. De hecho perdimos”, dice, y se ríe. ¿Qué te parece el auge actual del vino argentino? “Es fantástico este revival, nos está ayudando a aprender algo que en Europa tienen claro hace mucho, a darnos una buena mesa, un espacio de tranquilidad para sentarse y comer. Yo cuando voy afuera y comparo me siento orgulloso, estuve en Sudáfrica, en California, España, Italia, cada vez nuestros vinos son mejores, se nota, con un precio bastante accesible. En el exterior los productos alimenticios nuestros son buenos. Encontrar la misma calidad allá es muy costoso”.

¿Qué era lo que más te gustaba de la cocina de tu madre? “Uuuhh!!! Qué compromiso –exclama-. Mi madre cocinaba extraordinariamente, no había plato que no conociese, era alta cocina la de ella. Ahora ya no, porque está grande, pero hacía muy bien los pescados, las pastas caseras, las carnes al horno, la polenta, el mondongo, niños envueltos, ensaimada, pastelitos. Casi toda comida conocida por los argentinos durante las décadas pasadas, un estilo para preparar los alimentos que ahora se está perdiendo”.
¿Y los dulces, te gustan? “Si, también, me encanta así como me gusta tomarme buena copa de vino... ¿sabías que en las concentraciones los jugadores toman? últimamente lo incorporaron a su dieta” ¿Qué vino te gusta? “No soy un experto, me guío por los consejos de algunos amigos que saben bastante más...”. Casi se anima, pero finalmente no dice el nombre de una bodega. Aunque tenerlas como esposors en su rubro es improbable, no hay que olvidarlo: es hombre de negocios.

Sin llegar a considerarse un cocinero de ollas y sartenes, se le da bien la parrilla. “Me gusta todo el ritual, empezando por el supermercado, el tema de elegir las verduras, tocarlas y olerlas, ver que sean frescas. Ver qué cortes le gustan a cada uno de mis amigos, y elegir buena carne. Después, en casa, prender el fuego, poner un poco de música, abrir una botellita de tinto y después servirlo, que todos disfruten. Hacer eso para mis amigos es un verdadero placer. Ojo, no es sólo carne, también preparo unas pizzas a la parrilla y algún que otro pescado”. Desde afuera de la minicancha, en la penumbra, una persona le dice que lo espera adentro, en el bar, tomando un café. “No pará –responde Marangoni-, ya terminamos ¿No?”. Con sutil habilidad, y sin olvidar la maestría ejecutiva de sus viejos toques de pelota, está todo dicho

Nicolás Falcioni.

1 comentario:

Unknown dijo...

Sou de Porto Alegre, Rio Grande do Sul, Brasil. Em 1984 eu era Vice-Presidente Jurídico do Gremio. Na partida Gremio 0 x 1 Independiente, Marangoni comandou inteiramente o espetáculo, sendo decisivo na vitória Argentina. Passados mais de 30 anos, sempre digo que Marangoni foi o maior médio defensivo que vi jogar.
Felipe Sanchotene Trindade