sábado, diciembre 15, 2007

Las conquistas de Bluetooth


En marzo de 2004 un par de adolescentes, un poco atolondrados pero con imaginación, lanzaron un foro en Internet, dedicado a una supuesta nueva manera de conseguir sexo casual con extraños, a la que llamaron toothing. Consistía en arreglar encuentros a través de la tecnología Bluetooth. Una especie de innovador benéfico código de comunicación para que las personas se enganchen unas con otras. El invento no podía fallar, fogueado por la combinación explosiva que resulta de mezclar altas dosis de soledad con falta de sexo. Era la superación de los chats masturbatorios de Internet, simplemente porque la oferta y la demanda debían encontrarse, a la fuerza, en un espacio común, no más grande que los 15 o 20 metros de cobertura del Bluetooth.



En algún lugar lo suficientemente transitado, por ejemplo un bar o un subte, alguien enviaba al éter la palabra toothing, más un nickname, y si algún otro dentro del área de cobertura de la onda tenía encendido el Bluetooth de su celular, debía interpretar que le estaban diciendo “quiero tener sexo”; o algo así. El mensaje era una botella tirada al mar; una apuesta de pura esperanza de los paspados que con un par de cervezas encima todavía se agarran con fuerza a la barra, temerosos a la entrada en frío, al rechazo en la cara.


El tema corrió como pólvora entre la comunidad de nerds bloggers y los fanáticos de la tecnología, gente muy avispada en lo que hace a aplicaciones informáticas, que sabe editar sus propios videos y subirlos a Internet casi con la misma naturalidad con la que van al baño, pero bastante inocente en cuanto a dilucidar si en la vida real puede existir una solución indolora para conocer alguien y terminar en la cama esa misma noche. Incluso el chiste llegó a levantarlo la revista Wired, que es la biblia de los gadgets y las noticias del mundo digital. Apareció en la sección de Lifestyle. Y de ahí no tardó en aparecer en otros miles de medios en el globo para los que la Wired es más mundo que el mundo mismo.

Aunque al poco tiempo el fenómeno resultó ser un camelo, la historia había sido demasiado bien armada como para que no desencadenara algo tangible. Su éxito se basaba en que era creíble, y hasta probable. La cantidad de gente con celulares y smartphones que soportan Bluetooth crece como un virus; esa misma gente aprende a usar su teléfono con una rapidez pasmosa, y nadie en su juicio se animó a negar que la creación de una red inalámbrica de corto alcance podía resultar de maravillas para generar fenómenos localizados, que trasladaran el boom de las redes sociales de Internet, como MySpace o Facebook, a un espacio concreto, en el que los usuarios se pudieran ver y tocar. Era ponerle cuerpos y anclaje geográfico a lo que ya pasaba en Internet.

Así, mucho más de abajo pero con pasos firmes, empezó lo que podríamos llamar el segundo movimiento en la aplicación del Bluetooth a la ingeniería social, esta vez impulsada más por la codicia capitalista de hacer dinero que por las ganas del pueblo de tener sexo (no hay tecnología capaz de desentrañar las insondables tramas del inconsciente). La nueva movida no se llamó thoothing ni nada, tampoco apareció en los blogs, directamente la empezaron a armar algunos restoranteurs y dueños de bares en Londres, donde la penetración de las tecnologías móviles es casi tan alta como en Japón o Corea.

En vez de dejarlo en manos del azar, instalaron antenas Bluetooth conectadas a un servidor. Y las programaron para que disparen un mensaje, en el que se le pregunta al usuario si quiere bajarse a su teléfono una pequeña aplicación Java. Al mismo tiempo, con banners y desde los plasmas que hoy no faltan en ningún bar, le sugieren a la gente que mantenga encendido el Bluetooth de su celular. Es la conquista de la mente a través de un terminal móvil, uno de los objetos más personales en estos primeros años del siglo. De ahí en más las variantes son muchas. En algunos lugares le dan al público la posibilidad de votar, siempre desde su dispositivo, un ranking con las canciones que se van a escuchar esa misma noche. O incluso la gente pude descargar full tracks que lleva en su propio celular para que sean pasados en el bar.

Otras aplicaciones están más orientadas a lo que en inglés es el dating, es decir las citas, más con un perfil de red social. Desde su celular, conectado vía Bluetooth al servidor del bar, la gente pude acceder a una solución para cargar su perfil –sexo, altura, hobbies, etc-, y después el de la persona que busca. Al rato la máquina le dice si en el lugar hay alguien que coincida ¡y hasta con qué grado de coincidencia! Podrás decir ¡es una boludez! Pero una boludez de cuidado hermano.

Como era de imaginar, las empresas no tardaron en interesarse en aplicarle objetivos de marketing (más o menos siniestros) a estos experimentos que mezclan las últimas tecnologías digitales con la diversión nocturna. El target perfecto, en la situación perfecta: jóvenes vigorosos que en unos cuatro o cinco años van a tener su propio auto deportivo y su tarjeta de crédito. Así los bares y las discos se convirtieron en los anhelados espacios del proximity marketing, en el que las marcas aparecen patrocinando distintos tipos de contenidos gratuitos que la gente se puede bajar a su móvil.

Según varias consultoras, hacia fines de 2007 en Argentina la penetración de celulares con capacidades Bluetooth es de un 30%. Y en total hay unos 35 millones de líneas activas, es decir, más de 10 millones de aparatos con Bluetooth. Aún así, en el país no existe (o este cronista no conoce) un bar o boliche que explote a fondo la potencialidad de esta tecnología, más allá de algunas acciones puntuales, acá y allá.

Las que no están de todo felices con el avance de Bluetooth son la operadoras móviles, porque lo que “se cursa” por Bluetooth, es por afuera de sus redes. Y eso no les conviene. Además de cobrar por la conexión, Movistar, Personal y CTI participan del negocio de los contenidos, en sociedad con los dueños de los derechos. Un modelo de negocio que se llama revenue share. De los 2 o 3 pesos que cuesta un ringtone, la discográfica se queda con una parte, y las operadoras con la otra. Por eso la mera palabra Bluetooth es música para los oídos de varios gerentes de marketing. Una forma de llegar con la marca embebida en contenido gratuito, a la mente de sus prospectos, a través de lo que estos jamás olvidarían en casa: el móvil.

Nicolás Falcioni

RECUADRO
¿Qué es Bluetooth?
El estándar de una tecnología de radio de corto alcance, que describe la interconexión inalámbrica de dispositivos. Surgió en 1998 de la colaboración de compañías como Ericsson, Nokia, Motorola y otras, que formaron el SIG (Special Interest Group) y que la adoptaron para desarrollar sus productos. Los primeros salieron al mercado en 2001.
El nombre se tomó del rey danés Harald Blatand (en inglés, Harold Bluetooth) que unificó y cristianizó los reinos de Noruega, Suecia y Dinamarca en el siglo X. Blatand había hecho lo que los creadores de la tecnología pretendían hacer con los dispositivos móviles en el siglo XXI.
Frente a otras tecnologías inalámbricas, como la de infrarrojos promovida por la IrDA (Infrared Data Association) o la DECT (Digital Enhanced Cordless Telephone), Bluetooth tiene el apoyo de la industria, que le garantizó el éxito.
Para usar Bluetooth cada dispositivo debe estar equipado con un microchip del tamaño de una uña, que transmite y recibe en la frecuencia de 2,4 GHz, una banda de uso libre en todo el mundo.
Fue diseñado para operar en un ambiente multiusuario, es decir que puede funcionar como una verdadera red. También fue pensado para funcionar en dispositivos móviles, y en consecuencia, para gastar poca batería.

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