sábado, junio 16, 2007

La muestra 120 de Palermo


Durante trece días de julio el campo argentino se traslada al barrio de Palermo, en pleno corazón de la gran metrópolis, y lo hace sin dejar nada atrás, con todas sus fantasías, sus personajes, sus monstruosas y desproporcionadas máquinas, sus animales hermosos y musculosos de olores picantes, y también, con sus conflictos interno y sus fuertes pujas de intereses frente “los otros”.

La palabra exposición lo dice todo, el corazón agropecuario argentino viene a mostrarse, como si por atrás hubiera un organizador invisible preocupado por encontrar la fórmula representativa. Es el evento anual que los hombres de campo aprovechan para encontrarse con sus colegas, admirar la tarea ajena o alardear con orgullo del producto propio, y también la oportunidad para que las familias urbanas aprecien el trabajo rural, tan lejano y tan cercano a la vez, con sólo tomarse la línea D del subte y subir las escaleras de estación Plaza Italia.

La primera Exposición Agrícola del país se hizo en un caserón propiedad de Juan Manuel de Rosas, ubicado en aquel entonces frente al actual Monumento a los Españoles, no lejos de donde hoy está emplazado el Predio Ferial La Rural. Bastante después, el 10 de julio de 1866, Narciso Martínez de Hoz y Eduardo Olivera fundaban la Sociedad Rural Argentina (SRA) con la misión de defender los intereses de los productores agropecuarios. Rápidamente, junto al Jockey Club y el Club del Progreso, la SRA se convirtió en uno de los tres “bastiones” tradicionales de los grupos dirigentes más influyentes de Argentina hasta bien entrado el siglo XX.

La Nación cumplía apenas 50 años y la Constitución Nacional tan sólo 13 años de vigencia. Desde la Presidencia, hacía cuatro años que Bartolomé Mitre intentaba reencauzar la relación entre Buenos Aires y las provincias (aún sonaban los ecos de la guerra civil y el conflicto contra Paraguay), ordenar la hacienda pública y administrar justicia con cierta voluntad federal. Buenos Aires volvía a tener el poder y nacían nuevos cortocircuitos con las oligarquías provinciales.

Así, 2006 es un año para el que la gente de campo venía preparándose con especial detalle. El 10 de julio se cumplía el 140 aniversario de la SRA y al mismo tiempo, era la edición 120 de la Exposición de Ganadería, Agricultura e Industria. Todo esto, en medio de un clima político espinoso. Las relaciones del sector rural con el gobierno nacional no pasan por su mejor momento, y durante las semanas previas al gran evento estaba claro que en esos diez días el campo querría mostrar hasta qué punto su actividad es un polo pujante clave de la economía nacional.

La Exposición debía mostrar hasta qué punto es cierto el histórico lema de la SRA: “Cultivar el suelo es servir a la patria”.

Pasión y genética a Palermo

Solanet no es cualquier apellido en el entorno agropecuario local, de hecho uno de los pabellones del inmenso Predio Ferial se llama Emilio Solanet. Y es precisamente Carlos Solanet, como Gerente Comercial de Ferias Propias de La Rural, uno de quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de organizar el mega encuentro anual. Criadores de larga tradición, su familia es oriunda de Ayacucho, en el sudeste de la provincia de Buenos Aires. “Este año hubo récord de inscripciones para la Expo –cuenta-, que va a coincidir con las vacaciones de invierno, así que esperamos alcanzar el millón de visitantes. Ya hay inscriptos más de 400 expositores. Si bien uno de sus espectáculos más interesantes siguen siendo los animales, el encuentro dejó de ser una exposición exclusivamente ganadera, cada vez más se integra toda la cadena de valor del sector agrario”.

La Expo, dicha así a secas (como para no dejar lugar a dudas sobre su lugar en el negocio ferial local), tiene dos tipos de participantes: los expositores comerciales que buscan difundir sus productos y hacer negocios entre el público agropecuario; y los participantes animales y sus criadors, cuyo estricto cupo está administrado en forma conjunta entre la SRA y las asociaciones de criadores de cada raza. Uno de los servicios de la SRA a sus 10 mil socios es el Registro Genealógico, con más 6,5 millones de animales inscriptos. Para ser socio, dicho sea de paso, alcanza con tener una hectárea de campo y 76 pesos para la cuota mensual.

Siendo un chico Carlos Solanet guardaba faltas en la escuela, en la ansiosa espera de las vacaciones de invierno, que era el momento del viaje de toda la familia a Buenos Aires para mostrar alguno de sus animales en la Expo. “Lo que más me impactaba era la variedad de especies y razas –cuenta-, y encontrar casi una ciudad acá adentro, que no terminabas de recorrerla, y toda esa maquinaria. Hoy tengo la suerte de ayudar a armarla y poder ver todo desde adentro”.

Sus primeras ferias como expositor fueron en ExpoChacra. Al hombre se le nota el entusiasmo cuando habla de animales. “Claro –dice- el que no entiende del negocio se pregunta cómo hay alguien que puede quedarse mirando un carnero durante dos horas todos los días, pero lo interesante es saber cómo llegó ese carnero ahí”. Entre los criadores llegar a Palermo es como alcanzar la Copa del Mundo, el resultado de un largo y esforzado camino, algo así como para un enólogo descorchar uno de sus buenos vinos.

“Todo empieza cuando uno selecciona sus manadas o sus planteles –explica Solanet-. Hay que tener ojo, y así elige una vaca y un toro, o una yegua y un padrillo, e inicia un análisis genético. Analiza qué características tiene este animal y cómo lo puede cruzar con otro para optimizar las cualidades, hay un período de gestación de nueve meses en la vaca, y de once en la yegua”.

El animal no puede ser cualquiera, sino uno de pedigree declarado en la Sociedad Rural. “Una vez que ese potrillo nace después de un año de desarrollo en la madre –aclara Solanet-, tenés un seguimiento de dos años más, para recién ahí tener la opción de venir a Palermo. Después elegís lo mejor y esos animales comienza su preparación, una especie de entrenamiento. Y cuando finalmente llegás a Palermo, son 13 días de los que quizá entraste a la pista sólo quince minutos o, como mucho, media hora, el fruto de 3 o 4 años, pero estás feliz, lo lograste. Que lo vea la gente y los jueces ya es un logro. Ni hablar si ganás un premio”.

En la unión está la fuerza

Desde pequeños productores de arándanos (blueberries) hasta grandes compañías trasnacionales dedicadas al desarrollo de softwares de trazabilidad y logística de alimentos, pasando por ingenios, federaciones de productores (de cítricos, de hortalizas, de peras y manzanas), empresas de riego por goteo, de cámaras frigoríficas, complejos turísticos o cooperativas tabacaleras, cada uno con un stand de tamaño acorde a sus posibilidades y ambiciones, son pequeñas muestras dentro de La Muestra, prueba viva de la amplitud del espectro productivo del campo, y al mismo tiempo, de la tendencia de la Expo hacia la diversificación.

A veces los chicos se juntan para hacer un mediano. Tal el caso de algunas bodegas sanjuaninas. “Para nosotros la única forma de asistir a eventos como este es asociarnos –explica Celina Pereyra, coordinadora del Grupo Vino San Juan-. Y la pregunta típica de la gente es si tenemos representación acá en Buenos Aires”.

Vino San Juan agrupa a cuatro bodegas familiares. La Esperanza de los Andes, dirigida por Gustavo Emilio Ferrer y ubicada en el Valle de Tulúa (650 metros de altura), tiene las líneas La Soñada (varietales y licorosos), Amphora y Eximius (espumantes). La segunda es Bodega Las Marías, en el departamento de Pocito. La tercera Bodega Del Estero, en el extremo oeste del valle del Tulum, con una finca de 14 hectáreas. Y la cuarta es Altos de la Rinconada, con viñedos propios en el pedemonte de la Sierra Chica del Zonda. Esta última es la única que mantiene oficinas permanentes en Capital.

Un poco más allá, como parte del stand oficial del gobierno sanjuanino, está el de la Asociación Trescientos Días, integrada por 17 bodegas de esa provincia. “Nuestro objetivo es difundir la tradición vitivinícola ancestral de San Juan –cuenta Cecilia Spinetto, desde el otro lado de la barra- para sacar a la luz una historia que se vio opacada por la fuerza de marketing de otras regiones y otros países”.

El simpático nombre de la asociación responde a la cantidad de días anuales de sol que suele haber en San Juan. De las bodegas que la integran, algunas tienen un perfil más alto (Augusto Pulenta, Callia, Graffigna) que otras (Viñas de Aguilar, Monteconejo, Nesman, La Guarda, Putrele o Cavas de Santos).

Sogas y cueros
Otros sectores están dirigidos al público rural propiamente dicho. En el playón central la pequeña exposición de maquinaria es uno de los más llamativos. Los tractores y cosechadoras John Deer, con dimensiones salidas de los viajes de Gulliver a Lilliput (cada rueda es dos veces la altura de un hombre) tienen cabinas como de aviones, con pantallas de plasma, infinidad de luces, pequeñas palancas y sistemas de ubicación satelital GPS.

En contrapartida, en el pabellón denominado Sogas se expone otro tipo de tecnología, que no por ancestral es menos utilizada. Sogas es el genérico usado para referirse al material de ensille, cabezada, cincha, bozal, etc. elaborados con cuero crudo. “En general se usa cuero de vaca o de potrillo, que es un poco más fino –cuenta el artesano soguero Diego F. Capano-. Pero también, acá tenés gente que trabaja cuero de chivo, de guanaco y hasta de antílope, que no es nativo”.

Además de soguero, Capano es el coordinador del área, y como tal tiene un manojo con las llaves de las vitrinas donde están expuestas las piezas, preparadas para competir en un concurso. La mayoría tienen arandelas y otros trabajos en plata. “El cuero puede trabajarse sobado, que es cuando se lo ablanda rompiéndole la fibra o directamente sin sobar –dice-. Además, está la lonja y la trenza de tres, cuatro o seis tientos. Para que te des una idea, un lazo estándar mide veinte metros, más o menos, y hacerlo lleva varios días”.

El maestro de Capano en el arte de la soga fue “el señor” Luis Flores, reconocido en el ambiente como uno de los más habilidosos sogueros del país. “El aprendizaje es como el de cualquier oficio –dice Capano-, depende de tu habilidad. En el concurso los jueces evalúan la originalidad del trabajo, pero también la funcionalidad, es decir, si es cómodo de usar, si es práctico, y además la novedad”.

Salvo en algunas zonas del Litoral donde se usa el nylon porque el ambiente es muy húmedo, el paisano criollo ensilla íntegramente con cuero. “Además, el nylon está mal visto –explica Capano-. Así como al auto se lo lava, al caballo se lo viste según la ocasión. Si el hombre va a trabajar, lo ensilla con sogas de trabajo, si va a dominguear o va a ir al pueblo a la tarde, no va a ir de alpargatas sino que se pone botas, y se saca la boina por el sombrero, y al caballo le pone las sogas especiales. Algunos exquisitos tienen tres o cuatro juegos”. En definitiva, en el campo también los hombres buscan decir quiénes son a través de su vehículo.

Nicolás Falcioni

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