Nadie parece resistir el influjo de Natalie Portman. Aunque sólo hayan pasado con ella unos pocos minutos, las personas sensatas y en todos sus cabales terminan tan impresionadas que no dejan de exagerar. Cada uno aduce razones distintas. Esa energía, la cara lavada de maquillaje, el pelo sano, largo y oscuro de sirena, sus ojos mágicos, su boca maravillosa, el cutis de mármol blanco, sus hombros redondos, su precoz madurez, su irracional pasión por Michael Jackson, Radiohead, Björk y Nabokov, su tonto vegetarianismo, el carácter delicado, su abrumadora concentración, su judaísmo humanista y su compleja intelectualidad, la seguridad en si misma, su inteligencia, su compromiso con el arte, su edad.
Desde los grandes directores de cine hasta los más fríos periodistas, tipos duros y agudos, acostumbrados a entrevistar personajes de lo más extraños y enviados para volver con EL reportaje a Natalie Portman, terminan por aceptar que no pudieron ante su encanto, y se muestran torpes, primerizos, incapaces de esbozar la mínima crítica ¡Y estamos hablando de una criatura que no cumplió los 24 años! Precisamente.
Incluso este cronista, quien no la conoció siquiera los veinte minutos estándar que dan al periodismo las grandes estrellas, se atreve a decir que Natalie Portman es de las pocas mujeres con las que a más del 87% de los hombres le gustaría pasar el resto de su vida; y con un poco de vergüenza periodística, agradece no haber tenido que enfrentarla, luego de comprobar que los varones que lo hicieron, incluso bravos de peso como Robert De Niro y Leonardo Di Caprio, quedaron irremediablemente perturbados. Quizá aún quede algo de objetividad; y si no es así, léase esto como las simples notas de un fun. Para los extraterrestres que no la ubican de las revistas ni del cine, veamos un poco quién es la multifascetica Natalie Portman.
El hecho de que sea hija única es irrelevante hasta que se escucha lo que ella misma dice al respecto: “No me gusta. Es extraño para mi pensar que cuando sea vieja mis hijos no van a tener primos de mi parte, y que no voy a tener a nadie con quien conspirar y hablar acerca de mis padres. Porque nadie sabe lo que es formar parte de mi familia. Yo puedo decirle a alguien: Oh Dios mío, ellos están matándome! Y ellos me dirían algo como ¡Pero tus padres son tan bonitos!”. Sus padres: él, un reconocido médico, especialista en fertilidad; ella, una ama de casa que tuvo a Natalie el día de su propio cumpleaños, un 8 de junio de 1981, en Jerusalén. Tres años después los tres se mudan a Maryland, Estados Unidos.
A los ocho años, durante una conferencia médica a la que había acompañado a su padre, repentinamente Natalie se convirtió en vegetariana. Sin período de transición. Habían estado demostrando cirugía láser sobre una gallina, y ella simplemente tomó conciencia de que los animales son asesinados por la carne. Los padres pensaron que era solo una etapa pasajera, pero poco después, luego de la disección de un pescado en la escuela, también dejó de comer carnes blancas. Al tiempo le tocó el turno a la gelatina.
Una tarde, a los once, mientras su mirada vagaba con infantil curiosidad por las mesas de la pizzería “Parlor” de Long Island, se produjo un encuentro que terminaría convirtiéndose en el principio de todo. Es factible suponer que sin ese cruce de suertes hoy no estaríamos hablando de Natalie Portman, aunque visto desde el presente, lo que hizo a partir de allí parece inevitable. Un buscador de talentos al servicio de la compañía de cosméticos Revlon vislumbró el potencial de esa chica. El hombre la imaginó modelando. Sin embargo, sólo dio con los encantos superficiales, fue la misma Natalie quien llegó al fondo de la cuestión. “No quiero ser modelo”, les dijo, “yo quiero actuar”.
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