jueves, septiembre 13, 2007

Nieve, la primera vez.

El magnetismo de la nieve no falla. Las personas recordamos con sorprendente claridad y con una emoción en la garganta la primera vez que vimos nevar, porque la nieve transforma el ambiente casi sin que nos demos cuenta. De pronto hay una presencia que es a la vez natural y fantástica, podríamos decir onírica, que envuelve todo de un extraño romanticismo. El aspecto visual es el más evidente, el que primero nos viene a la cabeza, porque mágicamente esa sustancia, que no es más que agua, es de una blancura impecable, sobre la que contrastan (el celeste del cielo) o se confunden (las nubes) el resto de las cosas. Así, el blanco que es todos los colores y ninguno, se convierte en el marco y fondo para todo lo demás.


Pero donde la nieve produce los cambios más impactantes y a la vez sutiles es en la dimensión auditiva de la percepción. A la vez que amortigua, transmite los sonidos, de forma que si uno está en medio de un bosque nevado puede escuchar su propia agitada respiración, o conversar con otro que esté a cien o doscientos metros sin el mínimo esfuerzo. Con nieve alrededor todo es íntimo, aunque haya miles de personas. A esto se suma que en general el contacto con la nieve se da en zonas altas de montaña, donde la niebla agudiza el efecto sonoro general de la experiencia.


La nieve no es agua ni es aire sino una mezcla de ambos. Para muchos esto es un misterio que a los efectos de este artículo convendría mantener en secreto, pero que los deberes de cronista obligan a develar. La nieve son cristales de hielo que toman formas geométricas (de características fractales) que como están hechos de partículas ásperas, de un material granular y estructura abierta, se agrupan en copos livianos (salvo cuando son comprimidos por una fuerza externa). Meteorológicamente, se forma cuando el vapor de agua se acumula en la atmósfera a menos de 0 grados centígrados, y después, simplemente, cae sobre la tierra. Ver fotos de un copo de nieve a través de un microscopio hace todo esto más increíble todavía.



Hasta que el 9 de julio pasado nevó en casi todas las ciudades del país (en Buenos Aires después de 89 años), creíamos que el responsable de que los citadinos conozcan la nieve de primera mano era el deporte invernal por excelencia, el esquí, al que hace unos años vino a sumarse el snowboard. Aquel día feriado el asombro fue nacional y televisado, la nieve ocupó la primera plana de los diarios y sin importar el frío la gente salió a la calle como si hubiéramos ganado el mundial.


Sin embargo, hasta aquel día histórico, en el bautismo argentino de la nieve más importante que el esquí era el viaje de egresados a Bariloche, según demostró una pequeña encuesta realizada especialmente para este artículo. A veces conocer la nieve y esquiar no son experiencias simultáneas, como es el caso del abogado Fernando Rivera, cuyo primer contacto con la sustancia ocurrió durante el consabido viaje a Bariloche en 1985. “Fuimos al Cerro Catedral todo un día –recuerda-, y la pasamos bárbaro haciendo culipatín y guerra de bolas. Fue un día hermoso que recuerdo con mucho cariño”.


Verónica Reiris Ruiz vive ahora Madrid, envía sus respuestas por e-mail y aún sin conocer a Fernando Rivera en aquella época, da la casualidad que también conoció la nieve durante el viaje a Bariloche en 1985. “Fue en el majestuoso Catedral con las compis del cole y los chicos del otro cole con el que nos tocó realizar el viaje. Un colegio técnico de Capital donde yo no quería hacer mucho el ridículo porque había un chico que me gustaba… que resultó ser mi 1º novio. El tema es que nos alquilaron el traje y a la aventura!!!!... a hacer culipatín!”.


Dos años antes Sandra Domínguez Pazos viajaba hacia Bariloche en trance similar, con sus compañeras del colegio Divina Providencia del barrio de Saavedra, cuando la emoción se adelantó un poco porque a la altura de Piedra del Águila el “micro” se detuvo al costado de la ruta. “Empezamos a los gritos –recuerda Sandra-, y nos bajamos corriendo”. El paquete incluía un día de esquí y tuvieron la suerte de que había nevado justo la noche anterior. “Mientras nos probábamos las botas jugábamos a que éramos astronautas –dice Sandra-. La experiencia no fue muy buena, nunca pasé de “la pista de los tontos”, intenté un rato pero me fui para atrás y bueno, la cuña te la enseñan para ir para adelante… no para atrás”.


Una noche de hace 26 años, a pocos meses de entrar en la carrera de ingeniería en sistemas, Marcelo Lietti estaba con sus compañeros de secundaria en un hotel de Bariloche, preparándose para salir, cuando alguien entró a la habitación gritando que estaba nevando. “Con lo poco que pudimos manotear –cuenta Lietti-, salimos a la calle y jugamos por más de una hora, estábamos fascinados. Esa nieve que nos parecía majestuosa no era más que unos pocos copos que caían y que apenas generaban una acumulación en los cordones. Pero para nosotros era mucho más que eso, era nuestra primera nevada en la vida, que hoy después de tantos años sigo recordando como ayer”.


“La única vez que fui a la nieve fue a los 18 años en el viaje de egresados –dice vía e-mail el periodista Hernán Carbonel desde la ciudad bonaerense de Salto-. Las noches de boliche, el sueño y el frío me permitieron una mediana percepción de ella. Recuerdo claramente dos cosas: me puse una plancha de plástico en el c… y me tiré desde la punta del Catedral (después de subir, con mi pánico a las alturas, en el elevador de sillas). Y otra imagen inolvidable, de la otra cara del Catedral: la no turística, azules, morados, blancos, grises... una gama indefinible de colores en el lado virgen”.


“Nunca ví nevar, lo juro, ví nevado pero no nevar propiamente dicho, soy porteño! –dice el protococinero Emiliano Egaña. El testimonio del preparador físico Pablo Maciel Andrade viene a poner paños fríos sobre la encendida introducción de este artículo. “Mi primera experiencia con la nueve fue en Bariloche, y lo que me llamó mucho la atención es que podía ser algo sucio y mojarte mal. Para un bicho urbano como yo la nieve, o la imagen que tenía de ella, era la de una materia blanca, agradable, como una especie de arena en la que uno podía deslizarse o armar muñecos o tirarse bolas como en las películas. Pero la verdad era que podía mezclarse con el barro en la base del cerro Catedral, que podías tener un traje abrigado pero igual mojarte y morirte de frío y que para poder esquiar como en esas películas había que tenerla clara. Era desesperante ver a niños -esquiadores de 5/7 años- pasarte como a un poste con sus equipos en miniatura, mientras vos te caías o te movías con una torpeza que daba lástima, como si trataras de usar unos remos en medio del asfalto”.


El periodista y diplomático Juan Cortelletti no vio la nieve por primera vez en Bariloche sino un invierno helado en su Mar del Plata natal. “Como pasa con los eventos extraordinarios –recuerda-, me acuerdo todo: estaba cursando matemática en el colegio (cuarto año) cuando se largó una nevada de aquellas, generosa, en especial para el que nunca había visto una. La excitación fue tal que se suspendieron las clases y los alumnos salimos corriendo por la puerta al borde del descontrol. Pasamos sin escalas de una cárcel aburrida a un parque de diversiones. Pisar la nieve, tocar la nieve, masticar la nieve. Caminamos hasta una plaza e hicimos todo lo de rigor: muñecos, guerra, zambullidas. Estábamos desaforados. Después fuimos a la playa del centro y vimos el mar. En vez de lamer la arena, como dice la frase, comía la nieve y la convertía en agua. Pocas veces visto en Mar del Plata, el blanco de la nieve en contraste con el azul del mar… algo que no se olvida”.


En cuanto al enólogo y también periodista Joaquín Hidalgo, colaborador habitual de este medio, más que recuerdos de la primera vez en la nieve, tiene fotos. “Se me ve de pie, tomado de la mano de mi viejo –dice Hidalgo-, los dos vestidos de lanas gruesas, con los pies apoyados en la nieve de una pista de ski -creo que es Penitentes- de alguna vez que habré ido cuando muy niño. Sí tengo bien vigente la primera vez que fui a esquiar. Tendría unos 15 años y fue en Vallectios, un centro medio rasca que queda en el Cordón del Plata, famoso por su pista La Canaleta. Está montado sobre la morrena un glaciar enterrado, así es que la parte superior es donde quedan las pistas para aprender, donde el glaciar no tiene pendiente”.


Catedral y después

El mapa de los centros de esquí argentinos es paralelo al de los polos vitivinícolas, también en una línea lo largo de la Cordillera, aunque aún más occidental, entre las provincias de San Juan y Santa Cruz. Veamos los 10 más importantes, de norte a sur:

Los Penitentes, a 170 km de la ciudad de Mendoza, tiene 28 pistas que suman en total unos 26 kilómetros, y 10 medios de elevación. Las Leñas a 80 kilómetros de Malargüe tiene 27 pistas (74 km) y 13 medios. Caviahue en la provincia de Neuquén tiene 10 pistas (29 km) y 7 medios. Batea Mahida 1 pista principal y 2 medios de elevación. Chapelco, a 21 km de San Martín de los Andes, tiene 20 pistas (que suman 40km) y 10 medios de elevación. Cerro Bayo, a 9 km de Villa La Angostura, con 21 pistas (suman 26 km) y 11 medios. Cerro Catedral a 19 km de Bariloche, 50 pistas (suman 120 km) y 40 medios de elevación. La Hoya a 13 km de Esquel, con 24 pistas (14 km) y 10 medios. Valdelen, a 4 km de Río Turbio, tiene 5 pistas y 3 medios de elevación. Cerro Castor a 27 km de Ushuaia, con 19 pistas (unos 20 km) y 6 medios de elevación. Y Glaciar Martial, a 7 km de Ushuaia con una pista y 1 medio.


Además, en Argentina hay otros centros más chicos y, fundamentalmente, con menos presupuesto de marketing, como el mencionado por Hidalgo más arriba, Vallecitos, en el noroeste de Mendoza, que tiene 5 km de pistas; el Cerro Wayle, al norte de la provincia de Neuquén, con 3 medios de elevación y pistas de esquí nórdico; Primeros Pinos, sobre el cerro Queli Mauida, con 2 medios; Cerro Otto, que conserva la pista Piedras Blancas, uno de los primeros centros de esquí argentinos; el Cerro Perito Moreno, algunos kilómetros al sur del Cerro Otto, con cinco medios de elevación.


Un centro de esquí es como una ciudad en miniatura totalmente dedicada a la recreación durante una época puntual del año. Tiene sus propios polos gastronómicos, sus hoteles, sus instructores de esquí y sus equipos de médicos y de patrulleros que señalizan las pistas y acuden en auxilio de los esquiadores averiados. Y ahora tienen incluso sus propias máquinas para fabricar nieve artificial cuando la naturaleza no acompaña el negocio (es una nieve no tan linda). La actividad gira en torno a los medios de elevación, que son la contraparte directa de la fuerza de gravedad, origen motor del llamado esquí alpino. Porque hay otro esquí menos conocido y menos practicado, el nórdico, en el que es el propio esquiador quien sube la montaña con ayuda de esquís que permiten el deslizamiento hacia delante y hacia arriba, pero no hacia atrás, con unas fijaciones que dejan levantar los talones.


El esquí nórdico es más barato, más deportivo y sacrificado, y menos popular. Felizmente, en el alpino todo es menos trabajoso, siempre hacia abajo, con las típicas botas rígidas. De ahí la importancia de los medios de elevación, que hacen del esquí un descenso permanente. Pueden ser cabinas, sillas o pomas que “arrastran” a los esquiadores montaña arriba sobre sus propios esquís. Otra forma de clasificar los medios es por la altura en que están ubicados, los metros de desnivel y el volumen de gente que pueden subir por hora. Los 40 medios de elevación de Catedral, por ejemplo, tienen una capacidad de arrastre de 36 mil esquiadores por hora.


Para quien conoce los medios y las pistas de un centro, el proyecto mental del recorrido futuro para llegar a un determinado lugar es parecido al que hace un porteño que conoce la red de subterráneos, o el que automáticamente dibuja un taxista sobre la ciudad en cuanto le dicen la dirección de destino. Una telecabina deja al esquiador en la base de una silla, que se complementa a su vez con un poma que llega hasta la cima. Parte de la diversión es conocer nuevas pistas, evolucionar en su dificultad y llegar a un mismo punto por vías alternativas.


Las primeras veces con el equipo se siente hasta qué punto el esquí es ortopédico, son elementos rígidos agregados como extensiones al cuerpo. Y una vez sobre la nieve, hay algo de los primeros vertiginosos metros rodados con la bicicleta sin rueditas. Al menos así surge de los testimonios. La primera vez de Fernando Rivera fue en el 95. Estaba con unos amigos en San Martín de los Andes en septiembre, fuera de temporada. “Habíamos llegado el día anterior para pasar una semanita, con un sol radiante y ni una nube, y a la madrugada siguiente mi amigo me despertó para mostrarme cómo estaba nevando. En su casa tenía equipos de ski para todos los tamaños, empecé a probarme botas, pantalones, tablas…la ansiedad y el entusiasmo se mezclaban con esa adrenalina extraña que da el miedo a lo desconocido. En la base de Chapelco hice mis primeras pruebas muy tensionado, me maravillé viendo cómo me podía deslizar en superficies llanas. Después me llevaron a la Pradera del Puma. Una inconsciencia. Me dieron ánimo para enfrentar aquel interminable badén con curva y desfiladero a un costado que me paralizaba. Tomar la decisión fue algo terrible, como decidir suicidarme, pero no había alternativa. Me lancé. El vértigo y el miedo se adueñaron de mi, y más velocidad y el viento helado en mi cara, que se clavaba como cuchillas, estoy desestabilizándome, era la fatalidad y el fuego por detrás, la velocidad increíble que tomé, y el estómago que quería mantener su altura respecto del nivel del mar, pero que el resto de mis órganos no le permitía. Solo unos segundos, y luego comenzó a aparecer el alivio, la maravillosa sensación del terror transformado en placer supremo”.


La primera vez de Verónica Reiris Ruiz fue con Daniel su actual marido en Catedral. “Alquilamos equipos, me costó un Perú ponerme las botas…. pero qué cosa más dura….. y ¿cómo camino con esto en los pies? subimos en la telesilla, nunca tomé clases, solo me largué siguiendo a Daniel, “en cuña”. La inestabilidad de estar en oblicuo con la montaña me abrumaba. Entre miedo y excitación hice mis primeros “pinitos”- como dirían en España, mis primeros pasos. Iba tan despacito que no lo disfrutaba, no quería caerme. Seis años después debutamos en Andorra, ahí empecé a cogerle el gustillo y la seguridad… aprendí a caerme para luego levantarme sin miedo. Y sí! es fantástico que dos tablitas te hagan sentir tanta libertad, bajo y recorro la montaña con respeto y con un sensación que me maravilla. Esquías y te detienes a ver unos paisajes de ensueño. Dicen que el esquí es un deporte solitario…… algo hay de razón porque eres tú y la montaña. Ahí lo que siento me colma, me siento muy pequeña alrededor de la naturaleza imponente”.


“El primer envión en la silla es memorable –recuerda Joaquín Hidalgo-, porque pasado el golpe en las nalgas, te encontrás volando con dos armatostes artificiales haciendo peso en los pies rígidos dentro de unas botas rígidas. Cuando tuve que bajar, nadie me había dicho cómo hacerlo, mientras la silla me empujaba desde atrás, tomando cada vez más velocidad y vértigo. Las piernas, con sutiles movimientos de rodilla, copiaban el terreno pero de manera bruta, inintencional, y yo quería hacer cuña y no sabía cómo. Unos 40 metros más abajo -que me parecieron mil- me dejé rodar a la primera que pude y terminé abrazado a un banderín de slalom”.


El esquí genera un conocimiento más preciso de la nieve. Así como los esquimales tenían 20 palabras para esa sustancia que era su medio de vida, los esquiadores hablan de nieve sopa, cartón, honda o en polvo. Si es una mañana despejada de cielo azul, bajar en amplias curvas una ladera virgen de huellas, sobre nieve en polvo recién caída, es una de las experiencias más emocionantes que pueden vivir los hombres. Y eso, sin otra música que la nieve bajo los esquís.
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3 comentarios:

Miguel dijo...

Buena foto.
Un saludo desde SkiClass

Miguel dijo...

Ahhhhhhhhhhhhhh
Se me fue el correo no deseado.Nunca había pensado en la nieve de una manera tan poética, pero suscribo totalmente las opiniones. La paz que transmite un paisaje nevado no es comparable a nada segun mi punto de vista.
Un saludo desde SkiClass

Deportes J.Moga dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.