En cada cuadra de Buenos Aires con suficiente caudal de tránsito peatonal hay volanteros que afirman comprar y vender todo tipo de celular, con o sin línea, nuevo o usado. Además, en supermercados, en casas de electrodomésticos o en puestos improvisados bajo una sombrilla cualquiera puede comprar su aparato y activarlo llamando a un *111. Carteles en la calle y páginas enteras en los diarios anuncian promociones a medida. Hoy todo es propicio para que nadie se quede sin su celular; incluso sin reparar en el yugo en el que pueden convertirse, todos necesitan estar ubicables. Las últimas cifras hablan de un teléfono móvil cada cuatro argentinos, y la fiebre de los nuevos “chiches” digitales recién empieza. En este contexto de efervescente actividad también prolifera, aunque con menos ruido, el circuito paralelo de los teléfonos “reacondicionados” o “de segunda mano”, unos 300 mil aparatos al año que en su mayoría vuelven a ingresar al sistema ¿Quiénes son los beneficiarios de esta rueda subterránea? Los ladrones de poca monta y sus intermediarios, por supuesto, pero también las empresas de telefonía móvil y las grandes bandas delictivas.
Fuentes de la Policía Federal aseguran que el rastreo de las llamadas entre celulares es clave para quebrar la madeja tras la que se mueven las bandas dedicadas a los secuestros extorsivos. La logística de estas organizaciones requiere sistemas de comunicación complejos y al mismo tiempo absolutamente anónimos, muchas veces provistos por los llamados “bolseros”, personas que adquieren una gran cantidad de líneas a su nombre para después revenderlas. Estos aseguran la entrega instantánea de terminales sin trámites que certifiquen la identidad del comprador, y además lo hacen a buen precio. Paralelamente, con el inusitado grado de exposición pública del problema de la inseguridad, empujado por el caso Blumberg y sus antecedentes, el tema de la venta y circulación irrestricta de la telefonía móvil dejó se ser un tema policial para pasar al primer plano de la política nacional. El control estatal sobre su uso es el tercero de los siete puntos que completan el petitorio de Juan Carlos Blumberg, vector principal de la movilización del pasado jueves 1 de abril, a la que asistieron casi 150.000 personas. A esta coyuntura hay que sumar que tras los atentados del 11 de marzo en Madrid, donde se usaron para detonar los explosivos, el imaginario sobre los celulares debió aceptar que si bien pueden hacer la vida más fácil, como dice la publicidad, también pueden convertirse en armas más peligrosas que las de siempre.
En la calle
Ingacio C. es uno de esos volanteros que entonan la palabra clave celulareeees! en una vereda del Microcentro porteño, con su gorra de visera, unas zapatillas deportivas de primera marca y una musculosa roja con el martillo y la hoz de la ex Unión Soviética estampados en el pecho. Dice que viene a trabajar a Capital desde provincia, y que en sus ratos libres va “por ahí” a ver si logra hacerse de un aparato, para vendérselo después a su jefe, el dueño del quiosco de celulares que lo contrató para volantear a 4 pesos la hora. El propietario del local abarrotado de aparatos y accesorios, es un bolsero. Le pregunto a Ignacio si su jefe le compra cualquier celular que le lleve. “Si, todos sirven”, afirma. Le pregunto se sabe qué hace el dueño del local con esos teléfonos, y me mira fijo, para ver si le estoy hablando en serio. “Los vende”, dice, “¿qué otra cosa va a hacer?”.
En sus excursiones Ignacio roba los aparatos de los bolsos o de los cinturones de gente que se queda dormida en el subte, de adentro de las carteras y mochilas en bares, y sobre todo, en esos cuellos de botella en los que la gente se amontona aunque no quiera. También hace de intermediario con equipos que le consiguen un par de amigos, porque en Capital los precios de reventa son mejores que en Avellaneda. Conocía todos los modelos, que podía tasar con sólo tenerlos en la mano, hasta que en los últimos meses aparecieron los nuevos. Los que más se ven son el Motorola V120T, el Star Tac, el Nokia 8260, el Ericsson KF788 y el Motorola V60. Una vez, a sus 14 años, la policía lo encontró con un bolso lleno de relojes sospechosos y lo tuvo varias horas en la comisaría, hasta que así de rápido como entró lo soltaron; sin el bolso, claro.
Mercado vertiginoso
En Argentina el mercado de los celulares volvió a explotar a mediados del año pasado, con la energía acumulada durante la parálisis que sucedió a la devaluación compulsiva de fines de 2001. La fuerza de ese destape hizo que en un par de años la cantidad de líneas de telefonía móvil supere los 7,5 millones de líneas fijas. Fue un acontecimiento histórico; hoy hay más de 8 millones de teléfonos móviles funcionando. Al impulso propio de la reactivación se sumó la aparición de servicios nuevos, posibles gracias a tecnologías (GSM -Global System Mobile-, o CDMA -Code Divission Multiple Access-) aptas para la transmisión de mensajes multimedia. Entre los nuevos “chiches” están los mensajes de texto, los aparatos con pantalla color y la posibilidad de sacar y enviar fotos digitales aunque, por ahora, esto último es más un deseo de la oferta que un servicio utilizado por la demanda, debido a que las redes sólo cubren pocos centros urbanos y tienen dificultades para compatibilizar entre sí. Del otro lado de la brecha digital, en Estados Unidos, Corea, Japón y Europa, la rápida popularización de la banda ancha móvil y las cámaras fotográficas produjo un shock social, seguido de prohibiciones y una fuerte revisión de la legislación existente. Para no ser menos, y previendo situaciones similares, en nuestras pampas existían proyectos en danza, incluso desde antes del caso Blumberg.
Las cuatro principales proveedoras del servicio —Personal, CTI, Movicom y Unifón— están lanzadas a una carrera desaforada por captar nuevos abonados –en especial los usuarios de los servicios premium-, que incluye agresivas campañas de marketing y millones de dólares destinados a subvencionar lo que en términos técnicos denominan “terminales”. Las cuatro empresas aseguran que a partir de la segunda mitad de 2003 se vendieron más de 150.000 equipos por mes. Las inversiones proyectadas para infraestructura superan a las de la primavera menemista: sólo para 2004 Movicom prevé invertir cerca de 141 millones de pesos; CTI unos 450 millones en red y sistemas para el tendido completo de su plataforma GSM; y Unifón alrededor de 700 millones de pesos en un plazo menor a 4 años. Esta avidez en invertir en redes y estructura deja en claro que el negocio no es la venta de aparatos sino el goteo periódico y creciente que los usuarios pagarán por el abono mensual o por las tarjetas compradas en la calle. En marzo, por ejemplo, los usuarios de Unifón aumentaron el consumo (en minutos) un 17% respecto de marzo de 2003. Los especialistas estiman que lo que hoy denominamos teléfono celular está llamado a convertirse un una plataforma de contacto universal, y que dentro de unos años van a ocupar buena parte de las funciones que hoy ocupa la PC. Así, el negocio de la telefonía celular atraería sobre sí los impulsos del resto del dinámico sector de las telecomunicaciones.
Pequeño business
Que la pulpa del negocio está en el consumo de pulsos y no en la venta de aparatos surge también de una pequeña trampa develada por Ignacio. Sentados en un banco de plaza Lavalle, dice que va a contar la manera de ganar 100 pesos en tres días, sin trabajar y sin poner un pie fuera de la ley. “Llamá a la empresa y asegurá tu celular por unos 7 pesos por mes. Con eso, si decís que te lo robaron te devuelven el 75% de 190 pesos, que es lo que vale tu aparato nuevo. Después vas y lo vendés en la calle. Por un Motorola 120T, como el tuyo, pagan más o menos 140 pesos. Al día siguiente llamás a la empresa para denunciar que te lo robaron y vas a que te den uno nuevo. Tenés que pagar el 25% y quizá tardan un día en dártelo, no más. Pero ganaste 100 pesos sin hacer nada”.
Convengamos que el de la fuente no es un gran negocio, pero un paseo por calle Corrientes alcanza para demostrar su viabilidad, y además sirve para suponer al menos tres cosas: 1) en el mercado de segunda mano los bolseros” compran todo, incluso sin chequear que los aparatos hayan sido denunciados como robados 2) las empresas buscan resolver la situación lo más rápidamente posible, como parte del servicio que brindan, pero también porque cada día del cliente sin su “terminal” es un día menos de facturación 3) el sistema implementado en conjunto por las cuatro prestadoras para detectar e impedir la entrada al sistema de aparatos robados o ilegales, denominado banda negativa, en algún punto falla. Es evidente que de alguna manera los equipos ilícitos vuelven a conectarse, de otra forma no se explica el valor que se paga por ellos en el mercado negro ni, en consecuencia, el interés de los bolseros y sus proveedores. El argumento esgrimido por Norma Barbieri, de Prensa de Unifón, según el cual los aparatos se compran para utilizar las partes como repuestos, es difícil de sostener, ya que por ellos se paga hasta el 80% de su valor de mercado.
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