Los feriantes del parque Los Andes se dividen por el genero de las cosas que venden. Cada uno arma su colección particular. Piezas sueltas de ajedrez, tomos sueltos de enciclopedias baratas, viejos pasacassettes Sony, transformadores de distintos tamaños, cargadores de teléfonos celulares, teléfonos celulares viejos, enormes, carcasas de teléfonos, viejas valijas de cartón, muñecas de plástico.
Julio dice no saber por qué, pero los que venden cosas similares se fueron juntando entre sí, “como con el viento”, y así se armaron sectores. Sobre Dorrego están los postaleros, los revisteros y los numismáticos. Sobre Guzmán se imponen los ferreteros.
El delegado interrumpe la entrevista con un gesto de “permiso, discúlpeme”, y pega un grito.
- Andrés!!
Un hombre joven que está bajando unas cajas pega un salto desde la caja de un camión y se acerca caminando rápido.
- ¿Qué pasó con el paño verde? – pregunta Julio.
- Me lo olvidé...
Pero Julio interrumpe la explicación con otro gesto, y dice:
- Siempre te olvidas, no te olvides.
El hombre vuelve a su trabajo. Julio explica: “Tenemos la regla de que todo el mundo pone paño verde abajo, y toldo verde arriba, para que quede un poco más prolijo”. Sin embargo, la diferencia de tonalidades entre los verdes de la feria hace que el color sea lo de menos. Otra función de los delegados es desalojar a los “tiran paño” en el pasto ilegalmente, sin armar el puesto reglamentario.
El puesto de una señora es una mesa con tres cajas de plástico llenas con dos docenas de libros. Se acerca un anciano de campera beige y zapatos gastados.
- Señora, no tiene Estudio.
- ¿Qué es, un libro?
- Si, de 1930 – explica el señor.
- ¿De quién es?
- No sé, se usaba para estudiar.
- Busque. Si no está en las cajas no lo tengo.
El hombre comienza a buscar, con un optimismo y una candidez envidiables.
Mañana miércoles, en exclusiva, una feriante denuncia la mafia de los armadores.
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