viernes, junio 22, 2007

Mosqueros de los ríos del sur


Leigh Meyers dejó la caña y el chaleco y se sentó cerca del fuego. Tenía cara de haber visto un fantasma. El guía aparentó desinterés, pero mientras llenaba un vaso con malbec le preguntó cómo había ido. Meyers esbozó una sonrisa y acompañó el duro inglés de Montana con algunos gestos de sus manos pálidas. Dijo que para evitar unas ramas que no le dejaban tirar se metió más en el río, hasta que le empezó a entrar agua por arriba de los waders –pantalones impermeables de tela plástica o neoprene, que suelen usarse con tiradores-. La corriente lo arrastró río abajo, hasta que felizmente volvió a hacer pié en las piedras resbalosas del fondo, unos 100 metros más allá. Dejándose llevar un poco más logró salir, pero se pegó un buen susto. El guía adoptó un tono paternal y le recordó su consejo de abrocharse un cinturón por encima del wader.

Meyers llegó a la Patagonia para pescar truchas con mosca, una técnica también conocida como fly fishing. De Buenos Aires no conoce mucho más que el trayecto de Ezeiza a un hotel de Recoleta y el impecable ojo de bife con vino de esa misma noche, en un buen restaurante de Puerto Madero. Llegó con los días contados, expresamente a pescar. En Estados Unidos dejó mujer, dos hijas, nietos y un negocio de equipos de aire acondicionado. A la mañana siguiente voló al aeropuerto Chapelco, cerca de San Martín de los Andes (Neuquén), a donde lo fue a buscar su guía, para llevarlo a una hostería cinco estrellas, un lugar de ensueño desértico junto a un remanso del río, en el interior de una estancia privada. Hizo lo que otros miles de pescadores extranjeros, en su mayoría norteamericanos, que prácticamente inadvertidos recorren cada temporada un itinerario turístico paralelo, lejos de las cataratas y los glaciares.

Directo del avión al río. A pesar de ello, “la mayoría no acampa”, explica Alberto Cordero, con varias temporadas guiadas en Tierra del Fuego durante los 80, y más de diez años en la Patagonia Norte. “Es gente grande, con una buena posición, que ya está un poco de vuelta; más bien buscan confort, una buena cama, una buena ducha y no pasar frío si el tiempo está malo”.

En la pesca con mosca el señuelo no se lanza por su propio peso como en el speening –o pesca con cucharita-, más bien se despliega progresivamente con movimientos rítmicos hacia delante y hacia atrás, como si fuera un látigo, con auxilio de la caña -que es muy flexible- y de un hilo con cuerpo, más grueso y pesado que el nylon tradicional, denominado “cola de ratón” o flyline (en inglés fly es el sustantivo mosca y también el verbo volar). La mosca no es un insecto real sino un símil cuyo “cuerpo” se forma al atar hilos, plumas y otros materiales al anzuelo. Mantener la cola de ratón suspendida hace que el lanzamiento requiera cierto timing, y por tanto, algo de práctica. Aunque no hay que ser un atleta, se lo considera una actividad en sí misma.

“En la pesca con mosca hay tres cosas atractivas: la pesca en sí; el atado o armado de las moscas, que para muchos es un hobby; y el fly casting, es decir, el lanzamiento. Hay gente que se dedica más a atar o a lanzar que a pescar”. Lo dice Jorge Trucco, iniciador del estilo en el país e importante operador en el sur. “Los verdaderos precursores eran seis tipos que practicaban en los bosques de Palermo, cuando la mayoría pescaba con speening y veían a los mosqueros como una elite reducida y exquisita, un poco distante e inalcanzable; una especie de aristocracia”.

De Palermo a la Patagonia

A principios de los 50, en la tienda Dan Daily del pequeño pueblo de Livingston, Jorge Donovan, uno de aquellos dandys iniciáticos (fundador junto a su amigo el “Bebe” Anchorena de la AAPM -Asociación Argentina de Pesca con Mosca-), conoció personalmente a Joe Brooks, uno de los escritores de pesca más importantes de Estados Unidos. “Donovan lo invitó a venir”, dice Trucco, “y Brooks quedó encantado, empezó a sacar truchas enormes en la boca del Chimehuín y del Quilquihue (ríos neuquinos), por eso se hicieron tan famosas en el mundo. También introdujo mucho de lo que hacemos hoy. Sin saberlo, los mosqueros argentinos pescamos como Brooks”.

Otro de los primeros cinco maestros de la AAPM fundada en 1974, fue Tito Hosmann, que en 1944 compró unas hectáreas en Villa Traful. Ahí vio pescar por primera vez y luego hizo amistad con un inglés que administraba la estancia La Primavera, actualmente propiedad de Ted Turner. Hoy el nieto de Hosmann, Santiago Dodero, es un guía experimentado. “Los gringos se mueven mucho por clubes –dice-, para ellos la pesca con mosca es como para otros el golf, una forma de acceder a núcleos cerrados. Se manejan diciendo ‘yo fui a pescar a tal lado... y a tal otro”.

En Argentina el deporte se popularizó durante los 90, con el abaratamiento relativo de los equipos y con la difusión de su técnica, envuelta de una especie de filosofía propia. “Los que pescaban con cucharita empezaron a ver señores metidos hasta la cintura en los ríos, agitando la caña sobre sus cabezas, y les llamó mucho la atención”, recuerda Dodero.

Con cierta lógica, mucha gente cree que el objetivo es comerse el producto de la pesca, “sin embargo -explica ahora Trucco-, los pescadores con mosca sublimamos eso al punto de que nos parece un sacrilegio comernos la trucha, nuestra aliada para llegar a un instante tan estético. Esa es la diferencia con los cazadores y con los que hacen speening, el mosquero no pesca por la carne sino por deporte. Enseguida fue evidente la necesidad de no matar, pero cada vez que peleábamos por la devolución obligatoria nos acusaban de elitistas”.

Se calcula que con un buen manejo durante la captura, la misma trucha puede ser pescada hasta seis veces. “Están los que ven en esto un motivo para pasar el día al aire libre en un lugar hermoso con montañas y aguas claras -dice Dodero-, y después están los enfermos a los que lo único que importa es sacar el pescado más grande”. De estos últimos es el mundialmente famoso Billy Peate, dedicado a pescar con mosca peces vela, peces espada, atunes y merlines. “En el 76, en el Bermejo, yo lo vi sacar un dorado de 15 kilos… con mosca”, aclara Trucco con gesto fascinado.

Hombres bailando río arriba

Por varias razones, el fly fishing es más fluvial que lacustre. “En el lago la trucha se desplaza buscando el alimento, que en el río viene a ella”, argumenta Cordero. Un clásico lugar de pesca es “la boca” del río, donde éste desemboca en un lago con todo ese alimento. “Aún así –opina Dodero-, “no es lo mismo pararse ahí a hacer el tiro más largo posible y estar horas a ver si se te cruza una trucha, que irte al río, a caminar y tratar de pescar con matorrales atrás y un montón de situaciones que se te complican, pero que aumentan tus posibilidades”, dice. “O sea, en el río no buscas distancia sino precisión, por eso el tipo de pesca que vayas a hacer determina el grado de técnica que tenés que tener; y como en todos los deportes, el que aprendió de chico tiene facilidad para hacer mejor y más lindo el tiro”

También es propia de río la llamada “mosca seca”, para la que se usa una cola de ratón que flota. “Aquí el señuelo imita a unas mosquitas que se llaman “efímeras”, porque sólo viven fuera del agua el último día de su ciclo de vida. Salen todas a la vez, como en una explosión. La mosca seca es una mezcla de pesca con cacería, porque ves los circulitos que hacen las truchas cuando salen a comer a la superficie, ves a dónde tirás y sentís la voracidad de la trucha cuando muerde la mosca”.

Animales carnívoros que comen insectos y pescados, las truchas fueron introducidas por ingleses que ya pensaban en la pesca deportiva. “Para traerlas aprovecharon los barcos que venían con hielo y que volvían a Inglaterra con carne argentina refrigerada –cuenta Cordero-; y de Buenos Aires a Patagonia en carretas, aunque suene increíble”.

¿Cómo es el tiro lindo? Los “mosqueros” empiezan hablando de efectividad, de “habilidad para tirar bajo cualquier adversidad, viento, lluvia, obstáculos”, con económica objetividad. Pero enseguida se empantanan. “bueno, es un ritmo, como en un baile, hay una personalidad, el estilo digamos, una manera particular de generar las formas que hace la línea en el aire”. En años de estar entre noviembre y abril metidos en el agua, llegan a conclusiones casi filosóficas. “No hay dos ríos iguales -dice Cordero-, he ido con el mismo cliente al mismo pozón, un día está muerto y al siguiente explota de vida”. Ahora Dodero, con cordura, “me preguntan cuál es el más lindo, y eso yo no lo puedo decir, cada uno tiene sus cosas”.

Pocas cosas impiden a las mujeres la práctica del fly fishing y aún así, sigue siendo un deporte muy masculino, según las estadísticas y muchos guías, que les recomiendan a ellas animarse y probar. La salida al río tiene su momento grupal arriba del vehículo y durante el armado de los equipos. “Después cada uno agarra para su lado, para pescar una parte él solo”, dice Dodero. Al atardecer, de a poco, los mosqueros van llegando de vuelta. Entonces vienen las exageraciones. “En cambio el pescador de lago es más social, podés encontrar once, doce tipos parados en la misma boca toda una tarde”.

Accesos y práctica ecológica

Como deporte popular de masividad creciente, el fly fishing local tiene su inevitable dimensión política; pescadores, guías, clubes, compañías y Parques Nacionales tienen cosas para decir. El río es público, pero su acceso no. “Hay cierto recelo porque los dueños de los campos son los que tienen los lodges de pesca, entonces los pescadores argentinos reclaman que se está lucrando con el río -explica Dodero, -por otro lado, los propietarios quieren preservar la fuente de ingresos”. Trucco dice que al principio se ingresaba pidiendo permiso, pero que con el crecimiento del negocio los estancieros quisieron participar, “y lógicamente lo hicieron a través de la concesión de accesos, o brindando servicio de hostería”.

Lo cierto parece ser que los clientes extranjeros buscan lugares poco pescados, o porque son privados o porque su acceso es lejano y difícil, donde saben que no van a encontrar mucha gente. “Para ellos -dice Trucco-, la Patagonia es soledad y paisajes agrestes, y el fly fishing sólo un deporte”.

Los guías insisten en que la “práctica asistida” ayuda a generar una pesca menos depredadora. En general las guiadas son similares a clases particulares con un máximo de dos o tres personas. Aparte de ser un baqueano que conoce el lugar y sabe “leer” el río, el guía es el instructor que enseña trucos, el que hace el asado y el que maneja hasta el río ida y vuelta. Muchos coinciden en que, a diferencia de los extranjeros, los argentinos no tienen cultura de contratar guías. “Está instalada la idea de ‘yo puedo solo, qué me van a enseñar estos”, dice Cordero. A lo que Dodero agrega: “Muchos no se enteran que el fishing (pescar) es más que el catching (agarrar)”.

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